Hace tiempo encontré un pequeño baúl donde guardaba parte de los recuerdos de mi infancia. La abrí, y allí encontré varias cosas, algunas de ellas muy interesantes: una foto de mi abuela, el diario que casi te obligan a escribir cuando tienes 7 años, y que si bien ahora lees no haces más que reír con las cosas que entonces te daba por escribir, una cinta de vídeo donde sales brincando por el pueblo y cogiendo margaritas y girasoles o persiguiendo los conejos y los gallos del huerto de tu abuelo, fotos de amigas con las que ahora apenas hablo, el billete del primer viaje familiar, notitas del colegio, él, recuerdos y monerías que me encantaba coger por casa como si fuera una ratoncilla que construía un tesoro, cartas de amigos, una foto con todos mis compañeros de primaria…Más tarde miré una segunda caja, algo más grande, repleta de cajas, regalos, fotos, cosas que por determinados motivos vas guardando.
El caso, es que todos esos momentos que te quedan grabados en la mente y que no se van, ni siquiera con el tiempo, como todo el mundo dice. Cada risa, cada melodía, cada beso, cada palabra.. que forman parte de mí. Pero con el tiempo he aprendido que sin ellos yo no sería nada ni nadie. Y que cada persona pasa a formar parte de tu vida en el momento en el que compartes un recuerdo con ella. Recuerdos buenos, agradables, otros no tanto, el caso es que son recuerdos gracias a que existieron esos momentos, y lo más importante por esas personas.
Sin embargo, también gracias a esas personas crecemos y nos hacemos fuertes.
Y 19 años más tarde te digo, que soy más fuerte que todo esto, porque tú me enseñaste a serlo, cuando tan solo era un mico que brincaba y parloteaba sin parar.